“A Kitchen in Buenos Aires” 06/27/2025
- viviana454
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Tango Zen Journal – June 27, 2025
“A Kitchen in Buenos Aires”
“Una cocina en Buenos Aires”
A milonguero once told me this story during an interview in Buenos Aires.
One evening, his family sat down together for dinner—father, uncle, cousins—all around the table. At some point, someone brought up tango. The stories began to flow. Then, without planning, the table was pushed aside. And suddenly, in the middle of the kitchen, they danced. The rest of the evening was spent moving, laughing, improvising in close embrace.
That was his childhood. That was his learning environment.
No technique class. No structured progression. Just presence, music, family, and movement. He didn’t study tango. He grew up inside it.
This week, I’ve been thinking about that kitchen.
I just finished a Tango Zen workshop in Germany, with a completely different kind of group. Afterward, I sent a personal message to each participant. I received three thoughtful responses. Two of them thanked me for creating a safe environment—one in which they could explore something new, something deeper than steps. They used the word connection.
That word again.
It’s a word that comes up often in Europe. It’s the most common reason people give for joining my workshops. They’re seeking connection.
But I ask myself—what do they mean by connection? Often, I feel their definition is shaped by the image of tango they’ve received: elegant performances, flashy steps, picture-perfect moments. Their fascination is sincere. But the roots of that fascination may lie in something superficial.
What they long for isn’t wrong. But the environment in which they search for it may never allow them to truly find it.
And yet—some messages reminded me that it is possible to offer something different. One participant wrote:
“Thank you for creating such a trusting atmosphere and for the many opportunities to explore the Tango Zen idea in depth.” – Ellen
Another said:
“We very much liked the exercises to help people synchronize in a world which is falling apart more and more… The music who guided us, we liked also.” – Gabriele
And a couple added this reflection:
“We highly value the positive mood and awareness you shared with the group… Once it happens, it feels like one heart in two bodies.”
Those are glimpses of something real—something alive.
Tango in Buenos Aires was—and sometimes still is—something lived in community. A tradition passed through kitchens, sidewalks, street corners, and family gatherings. That kind of communal learning has almost disappeared. What remains of it survives in fragments, in the bodies of a few remaining dancers, in their embrace.
And yet—I’ve seen glimpses of that spirit here. In Germany, where the culture often emphasizes structure, progress, and formality, I saw people begin to loosen. I saw curiosity. I saw people begin to feel more than just execute. For a moment, the room softened. They weren’t just learning steps—they were tasting a different way of being.
And I realized: this is part of my own path. I’m not here to teach in the traditional sense. I’m not giving answers. I’m simply offering a space—a shared kitchen, perhaps—where something can emerge. A moment of letting go. A brief encounter with the unknown. A trace of the tango that once danced itself across generations in the kitchens of Buenos Aires.
This is also my own self-development. A form of listening. Of remembering. Of returning.
And maybe that’s enough.
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Un milonguero me contó esta historia durante una entrevista en Buenos Aires.
Una noche, su familia se reunió para cenar—el padre, el tío, los primos—todos alrededor de la mesa. En algún momento, alguien mencionó el tango. Las historias empezaron a fluir. Y de repente, sin planearlo, corrieron la mesa a un lado. En el medio de la cocina, comenzaron a bailar. El resto de la noche se pasó entre risas, movimiento e improvisación en abrazo cerrado.
Esa fue su infancia. Ese fue su entorno de aprendizaje.
No había clases técnicas. No había una estructura fija. Solo presencia, música, familia y movimiento. No estudió tango. Él creció dentro del tango.
Esta semana, he estado pensando en esa cocina.
Acabo de terminar un taller de Tango Zen en Alemania, con un grupo completamente diferente. Después del taller, envié un mensaje personal a cada participante. Recibí tres respuestas muy sentidas. Dos personas me agradecieron por crear un ambiente seguro—un lugar donde pudieron explorar algo nuevo, algo más profundo que los pasos. Usaron la palabra conexión.
Esa palabra otra vez.
Es una palabra que escucho mucho en Europa. Es la razón más común que la gente menciona para unirse a mis talleres. Buscan conexión.
Pero me pregunto—¿qué quieren decir con conexión? Muchas veces, siento que su definición está influida por la imagen del tango que han recibido: presentaciones elegantes, pasos vistosos, momentos perfectos para una foto. Su fascinación es sincera. Pero a veces, esa fascinación nace de algo superficial.
Lo que buscan no está mal. Pero el entorno donde lo buscan tal vez no les permite encontrarlo de verdad.
Y sin embargo, algunos mensajes me recordaron que sí es posible ofrecer algo diferente. Una participante escribió:
“Gracias por crear un ambiente de confianza y por darnos muchas oportunidades para explorar la idea de Tango Zen en profundidad.” – Ellen
Otra dijo:
“Nos gustaron mucho los ejercicios para ayudar a las personas a sincronizarse en un mundo que se está cayendo cada vez más. También nos gustó la música que nos guió. Así que gracias por esta experiencia en este lugar tan maravilloso.” – Gabriele
Y Uwe compartió esta reflexión junto a su pareja:
“Valoramos mucho el buen ambiente y la conciencia que compartiste con el grupo… Cuando eso sucede, se siente como un solo corazón en dos cuerpos.”
Esas son señales de algo real—algo vivo.
El tango en Buenos Aires era—y a veces todavía es—algo vivido en comunidad. Una tradición que pasaba por las cocinas, las veredas, las esquinas del barrio y las reuniones familiares. Ese tipo de aprendizaje comunitario casi ha desaparecido. Lo que queda sobrevive en fragmentos, en los cuerpos de algunos bailarines, en su abrazo.
Y sin embargo—he visto destellos de ese espíritu aquí. En Alemania, donde la cultura suele valorar la estructura, el progreso y la formalidad, vi a personas empezar a soltarse. Vi curiosidad. Vi a personas empezar a sentir más que simplemente ejecutar. Por un momento, la sala se suavizó. Ya no estaban solo aprendiendo pasos—estaban probando una forma diferente de ser.
Y entendí: esto también es parte de mi camino. No estoy aquí para enseñar en el sentido tradicional. No estoy dando respuestas. Simplemente ofrezco un espacio—una cocina compartida, tal vez—donde algo puede surgir. Un momento para soltar. Un encuentro breve con lo desconocido. Una huella del tango que alguna vez se bailó de generación en generación en las cocinas de Buenos Aires.
Esto también es parte de mi propio desarrollo. Una forma de escuchar. De recordar. De volver.
Y quizás eso sea suficiente.
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