top of page

"The Way Forward… but Essence Lost" 06/13/2025


"The Way Forward… but Essence Lost"

"El camino hacia adelante… pero con la esencia perdida"


Over the years, I’ve met many tango teachers during my travels across different countries. A few—especially those from Buenos Aires—have quietly approached me after seeing my work. They would say things like, “I agree with what you’re trying to convey. I used to promote that kind of tango too. But I couldn’t continue—if I teach this way, no one comes. I have to make a living.”

Whether that’s true or simply a way to justify their choices, the reality of today’s tango world tells another story. We are now immersed in a culture dominated by performance and competition.


Recently, I observed two well-known tango professionals from Buenos Aires. One is a woman I used to see regularly in the milongas. I don’t know her personally, but I respected her as someone deeply rooted in traditional tango. Now, she travels the world coaching dancers to sharpen their performance skills in preparation for competition in Buenos Aires. She once presented herself as a teacher of traditional tango. Today, she markets herself as someone who can make you more “competitive.”


It’s a textbook example of someone raised in tango culture now promoting a version stripped of its essence. Whether the goal is fame, recognition, or simply financial survival, what’s being taught is not tango as a cultural and emotional experience—it’s tango as spectacle.


Another teacher, also from Buenos Aires, has taken a very different path—one rooted more in business strategy than in tango’s emotional essence. Now based in a foreign country, he has established a professional tango training program aimed at developing teachers under his brand. Around this program, he’s built an international network—a kind of franchise—spanning several countries. He promotes not just classes but a system of certifications, awards, and trophies, creating a hierarchy where students can earn status and recognition under his guidance.


There are giveaways, diplomas, and gala nights where participants are celebrated—visibly proud, posing for photos, applauding each other’s progress. It’s framed as empowerment, but it feels more like expansion. At its core, it resembles a modern pyramid-style business model, with branches, memberships, and a growing “family” all tied to the teacher at the top.


While the structure may provide community and motivation for some, I find myself asking: where is the emotional essence of tango in all this? His approach feels external, polished, even cosmetic—focused more on visibility than depth. There’s little space for silence, surrender, or true connection. And once again, I hear the familiar justification: “Tango must evolve.”

Yes, evolution is natural. Adaptation is expected. But when the core message—emotional connection, cultural roots, human resonance—is diluted or absent, what remains?


I’ve heard it so many times: “I’ll teach you tango. I’m a maestro from Buenos Aires.” As if tango were a fixed formula. As if it could be packaged and exported. But my friends in Buenos Aires—those who live tango—agree: you cannot teach tango. You can only guide. You can only share.

These traveling teachers could have taken on a far more meaningful role as cultural ambassadors. They could have introduced tango not just as a set of steps, but as a worldview. A way of relating. Of listening. Of being. They could have helped students integrate tango culture into their own lives, rather than impose something foreign or cosmetic.


Instead, we now face the consequences. The tango I cherish—the one rooted in feeling, in the shared moment, in emotional exchange—is becoming harder and harder to find.


What I see more and more is people approaching tango like a product to consume. They collect steps. They mimic aesthetics. They chase flashy movements and theatrical expressions. But the deeper invitation tango offers—to slow down, to connect, to transform—is missed.


Yes, tango is evolving. But I worry about the direction. I don’t want to sound pessimistic—but I can’t ignore what I observe.


We had the chance to share something beautiful. To pass on tango not as a performance, but as a path.

And I’m afraid to ask… are we losing it?


======


A lo largo de los años, he conocido a muchos maestros de tango durante mis viajes por distintos países. Algunos—especialmente los de Buenos Aires—se me acercaron en silencio después de ver mi trabajo. Me decían cosas como: “Estoy de acuerdo con lo que estás tratando de transmitir. Yo también solía enseñar ese tipo de tango. Pero no pude seguir así—si enseño de esa manera, nadie viene. Tengo que ganarme la vida.”


No sé si eso es cierto o solo una forma de justificar sus decisiones. Pero la realidad del mundo del tango hoy cuenta otra historia. Ahora vivimos en una cultura dominada por el espectáculo y la competencia.


Recientemente, observé a dos profesionales del tango muy conocidos de Buenos Aires. Una es una mujer a quien solía ver seguido en las milongas. No la conozco personalmente, pero la respetaba como alguien con raíces profundas en el tango tradicional. Ahora viaja por el mundo entrenando a bailarines para mejorar sus habilidades escénicas y poder competir en Buenos Aires. Antes se presentaba como una maestra de tango tradicional. Hoy se promociona como alguien que puede ayudarte a ser más “competitivo”.


Es un ejemplo claro de alguien que creció dentro de la cultura del tango y ahora promueve una versión sin su esencia. Ya sea por fama, reconocimiento o simplemente por necesidad económica, lo que se enseña ya no es tango como experiencia cultural y emocional—es tango como espectáculo.


Otro maestro, también de Buenos Aires, eligió un camino diferente—más enfocado en una estrategia de negocios que en la esencia emocional del tango. Ahora vive en otro país, donde creó un programa de formación profesional de tango para desarrollar maestros bajo su marca. A su alrededor, formó una red internacional—una especie de franquicia—que se extiende a varios países. No solo ofrece clases, sino también un sistema de certificaciones, premios y trofeos, creando una jerarquía donde los alumnos pueden ganar estatus y reconocimiento dentro de su estructura.


Hay sorteos, diplomas y noches de gala donde se celebra a los participantes—todos orgullosos, posando para fotos y aplaudiendo los logros del grupo. Se presenta como empoderamiento, pero parece más una expansión. En el fondo, se parece a un modelo de negocio tipo pirámide, con sucursales, membresías y una “familia” en crecimiento, todo centrado en el maestro que está arriba.


Tal vez esta estructura le dé motivación a algunos, pero yo me pregunto: ¿dónde está la esencia emocional del tango en todo esto? Su enfoque se siente externo, pulido, incluso superficial—más enfocado en la imagen que en la profundidad. Casi no hay espacio para el silencio, la entrega o la conexión real. Y una vez más, escucho la misma frase de siempre: “El tango tiene que evolucionar.”


Sí, la evolución es natural. Y la adaptación también. Pero cuando el mensaje central—la conexión emocional, las raíces culturales, la resonancia humana—se pierde o se diluye, ¿qué queda?

He escuchado muchas veces: “Te voy a enseñar tango. Soy un maestro de Buenos Aires.” Como si el tango fuera una fórmula fija. Como si pudiera empacarse y exportarse. Pero mis amigos en Buenos Aires—los que viven el tango—están de acuerdo: el tango no se puede enseñar. Solo se puede guiar. Solo se puede compartir.


Estos maestros que viajan podrían haber tenido un papel mucho más valioso: el de embajadores culturales. Podrían haber presentado el tango no solo como un conjunto de pasos, sino como una forma de ver el mundo. Una forma de relacionarse. De escuchar. De estar presentes. Podrían haber ayudado a los estudiantes a integrar la cultura del tango en sus propias vidas, en lugar de imponer algo externo o decorativo.


En cambio, ahora enfrentamos las consecuencias. El tango que valoro—el que nace del sentimiento, del momento compartido, del intercambio emocional—es cada vez más difícil de encontrar.


Veo cada vez más personas que se acercan al tango como si fuera un producto más. Acumulan pasos. Imitan la estética. Persiguen movimientos llamativos y expresiones teatrales. Pero la verdadera invitación que el tango ofrece—frenar, conectar, transformarse—se pierde.


Sí, el tango está evolucionando. Pero me preocupa hacia dónde va. No quiero sonar pesimista, pero no puedo ignorar lo que estoy viendo.


Tuvimos la oportunidad de compartir algo hermoso. De transmitir el tango no como un espectáculo, sino como un camino.

Y me da miedo preguntar… ¿lo estamos perdiendo?


Comments


bottom of page